Ana Jaime es la directora de la escuela 154 del barrio Ciudad Industrial don Jaime de Nevares, un barrio ubicado en el extremo norte de la capital neuquina, a pocos kilómetros del centro.

El establecimiento cuenta con cerca de 250 estudiantes, los cuales están en situación de vulnerabilidad, explica Jaime. “La mayoría de las familias tienen trabajos informales, por lo que la pandemia ha deteriorado aún más su situación”, describió.

Ana nació en Chivilcoy (provincia de Buenos Aires), pero se radicó en Neuquén capital en 1995. Con más de 25 años de experiencia como docente, el año pasado concursó como Vicedirectora titular, y eligió esta escuela, que, al no contar con una directora titular, Jaime asumió en esa función en febrero de este año.

“Cuando comencé en la escuela, caminé el barrio y comencé a construir el vínculo y a hablar con muchas familias. Lamentablemente hay muchas necesidades básicas que no están cubiertas por el Estado. Muchos y muchas estudiantes viven en casillas de madera con nylon, en ocasiones hay más personas viviendo en un pequeño espacio y en condiciones, por demás, precarias”, describió.

“El prejuicio es que hay muchas personas que delinquen, pero yo me encontré con personas que piden ser escuchadas, que quieren lo mejor para sus hijos e hijas y que estudien, pero a veces no tienen las condiciones para poder lograrlo. Pero tienen ese deseo, que sus hijos estudien”, agregó.

Jaime cuenta que, tras el diagnóstico inicial, se encontró con “mucho afecto” por parte de las familias ante cada una de las propuestas y acciones que se impulsaron desde la escuela. “Sienten que estamos presentes tras mucho tiempo de abandono. Y agradecen esa ayuda”, explicó.

“La educación requiere de una trilogía compuesta por docentes del propio establecimiento, las familias y las infancias que la componen. Es fundamental para lograr la superación y la enseñanza. Hoy reconstruimos esta relación entre las familias y la escuela y hay mucho agradecimiento por parte de ellas, porque saben que las acciones se hacen desde el corazón”, dijo.

La directora explicó que, en los primeros días del ciclo lectivo de este año, se encontró con estudiantes con bajo peso, con problemas de aprendizaje y hasta niños y niñas de sexto y séptimo grado que aún no estaban alfabetizados. “Muchos me decían que no veían bien, incluso las familias nos advertían de esto. Sentimos que era necesario conseguir que tengan la atención mínima para que puedan tener una trayectoria escolar más exitosa. Necesitan que alguien los vea, lo escuche y los ayuda a salir de ese estado de abandono. Que sientan que tienen oportunidades ”, detalló.

Jaime describió la historia de un estudiante de primer ciclo, con muchos inconvenientes para lograr la alfabetización. “Un familiar me contó que creía que no veía bien, que sentía que no veía bien”. A través de la Fundación Baylor Argentina, el niño fue evaluado y se detectó que tiene severos problemas de visión. “La tía del niño tenía una emoción enorme. No sólo porque se había detectado el problema sino porque sienten que se los está viendo, les estamos prestando atención”, dijo la directora.

“Ese agradecimiento implica una cuestión de sentir que son escuchados. Las familias sienten que son tratados por la Fundación con amabilidad, con paciencia y que son atendidos en sus necesidades. Son muy agradables en el trato y en lo profesional, generan el espacio para que ellos pregunten sin sentirse incómodos. Inclusive ellos les explican muchas cosas cuando nadie les explica nada. Les dicen cómo son los aparatos que usan, para qué, etc. Y eso es respetar a esas familias”, agregó Jaime.

Destacó que con la Fundación Baylor Argentina “estamos en sintonía”. “Estoy muy agradecida y ojalá podamos continuar con este trabajo y esta articulación entre lo público y lo privado”, finalizó.